#Una poética inútil

Hoy es domingo 5 de abril y Hoy me propongo escribir periódicamente.

En un arranque pretencioso decido bautizar este nuevo esfuerzo como una poética sobre las cosas inútiles en no más de mil palabras.

Algunas reglas para este inicio, o advertencias, podrían ser :

Obviamente, primero que nada, escribir sobre cosas inútiles.

Digo que me propongo escribir, no digo que logre hacerlo bien. Aunque me duela reconocerlo, cuánto más y mejor quiero escribir, más lenta y torpe me vuelvo. Creo que está bueno aclararlo.

Así que si estás leyendo esto tené piedad de mí y apurate a decirme rápidamente que no es así. Yo te lo agradecería mucho porque eso me liberaría de esta presión que siento continuamente por hacer las cosas bien. Y en realidad no tengo idea de lo que significa hacer las cosas bien pero estoy bastante segura de que vivimos en un mundo que está lleno de cosas que saben cómo tienen que ser. Menos las cosas inútiles, ellas generalmente no saben nada.

Mientras escribo esto, una señora mira su celular y yo necesito ver el mío. Pienso que ver a una persona mirar su celular tiene el mismo efecto que verla bostezar y me resisto porque otra de las reglas que me impuse es escribir esto en menos de una hora. Como ejercicio y como límite y especialmente para dejar de preocuparme por como será leído. Y me contradigo al instante cuando te hablo específicamente a vos, pero así soy. O creo que soy. O pienso que soy. Por favor no te aburras y te vayas, puedo hacerlo mejor.

Es un chiste. No estoy tan desesperada.

En principio creo que las palabras son absolutamente inútiles. Ni importa cómo las uses ni lo que digas, sin todo el entramado que las rodea no valen nada. Sin la dramaturgia de la vida las palabras no son nada, nadita.

Pero igual joden.

Ayer un Leonardo me escribió un mail larguísimo, un poco vago y bastante autoritario explicándome cómo son los FI en Uruguay, lo mal que funcionan y cómo deberían ser otra cosa, más parecido a como es en Brasil. Primero le aclaré algunas cosas que evidentemente no sabía, y su respuesta fue aún más enfática, algo que se podía adivinar fácilmente. Y entonces me enojé y le contesté desde un lugar soberbio y desagradable, lleno de citas legales y demás señales de lo mucho que Yo sé y de lo bien que hago mi trabajo y de dedos acusadores diciéndole lo equivocado que estaba y lo atrevido que era por cuestionarme en algo que vengo haciendo exitosamente desde hace más de cinco años.

Por suerte no tuve la taquicardia característica de mis enojos anteriores, pero me dolió la panza durante toda la tarde. Y lo odié. A éste Leonardo que ni siquiera conozco, profundamente lo odié.

Todo el tiempo recibimos señales de que somos lo que amamos pero nunca nos dicen que también somos lo que odiamos. Y somos más lo segundo que lo primero, me parece.

Y yo amo y odio escribir casi con la misma intensidad así que debería reconocerle un lugar a esta actividad en mi propia identidad.

Las palabras joden porque nunca son exactas, son aproximaciones a significantes internos que veo tan claros, tan precisos y que cuando están a caballo de las palabras, ufa.

Tal vez por eso a veces trato de usar otras cosas, en realidad uso todos los espacios que puedo para hablar de mí, para contar mis cosas. Mi casa, mi ropa, mi cuerpo, mi pelo. No podría decir que soy una experta en relatar pero sí que relato mucho, ergo, me peleo todo el día con las palabras. Diría que no son inútiles per se, en el rango de las cosas inútiles que no saben porqué ni para qué existen, sino en el de las cosas que no hacen bien su trabajo.

Y las palabras joden cuando faltan pero no siempre. Por ejemplo, me acuerdo de esa película con John Cusack en la que él quiere adoptar a un nenito que dice que es marciano. Un día están en su casa y Cusack lo ve al chiquito haciendo como una especie de coreografía, una secuencia rara de movimientos que repite una y otra vez. Sin entender mucho, se para junto a él y le sigue la corriente, moviéndose de un lado al otro repitiendo sus gestos una y otra vez. Cuando el nene termina lo mira y a Cusack que ya tenía cara de no entender nada, se la cae la mandíbula cuando el nene le dice: “linda charla”

Y ninguno de los dos había dicho una sola palabra.

Otras veces simplemente las charlas se cortan, la gente deja de hablarse, como mi amiga Vir y yo, que hace siglos que no sabemos nada una de la otra y supongo será porque no hay nada para decir. Está claro que cuando se abre una brecha de espacio entre dos personas es que, para al menos una de ellas, la conversación se terminó. Se descosió el entramado, y tal vez se armó otra cosa en algún otro lado, o no. Lo bueno es que las personas nunca dejamos de tejer.

Casi todos los viernes a partir de ahora voy a estar en Buenos Aires y un poco me preocupa no sólo porque viajar es moverse sino porque es moverse por dentro.

Y yo tiendo a desarmarme, cuando me muevo muy de golpe, lo que no me da nada de pereza, así que me pasa bastante seguido.

Tiendo a desarmarme, como cuando te escucho hablar con tu voz cadenciosa y profunda y decís cosas que a veces no entiendo porque me distraigo imaginando como será ser mirada por vos, ser contada por vos, ser tomada por vos. Ser vos.

Hoy me gustaría llamarte para contarte que todos los vuelos de BQB que tomé hasta ahora ponen antes de despegar la misma canción: Every breathe you take, de The Police. Y no, esto no es una advertencia.

Quiero que me digas que pensás vos: será un tema de superstición del piloto, o es la única que tienen? Si sirve de algo, te cuento que he volado en distintos aviones y en diferentes horarios y siempre la misma canción.

Mientras espero tu respuesta, escribo, sentada en el Starbucks que queda en la esquina de la IUNA, mientras un tipo cool, probablemente gay, con una de esas barbas largas que se usan ahora, ayuda a una adolescente a hacer sus deberes de inglés. Le dice: “podés escribir con la letra que quieras pero no la cambies en el medio de la oración. Escribí mejor con cursiva que es más linda y fluye más”

Y todo esto pasa mientras también termino de escribir Wanderland.

Y porque los domingos vuelvo a casa y a mis cosas.

Y mientras escribo para vos. Hola.

Si es que vos estás de acuerdo en leerme.

Voy a estar haciendo esto todos los domingos.

Acá.

Al final fueron un poco más de mil palabras, mil ciento setenta y dos.

Ojalá las leas.